Cuando el reloj da las ocho y media... Margot y mamá están nerviosas. «¡Chis, papá! ¡Silencio, Otto! ¡Chis, Pim! ¡Que ya son las ocho y media! ¡Vente ya, que no puedes dejar correr el agua! ¡No hagas ruido al andar!» Así son las distintas exclamaciones dirigidas a papá en el cuarto de bañó. A las ocho y media en punto tiene que estar de vuelta en la habitación. Ni una gota de agua, no usar el retrete, no andar, silencio absoluto. Mientras no está el personal de oficina, en el almacén los ruidos se oyen mucho más. A las ocho y veinte abren la puerta los del piso de arriba, y al poco tiempo se oyen tres golpecitos en el suelo: la papilla de avena para Ana. Subo trepando por las escaleras y recojo mi platillo para perros. De vuelta abajo, termino de hacer mis cosas corriendo: cepillarme el pelo, guardar el orinal, volver a colocar la cama en su sitio. ¡Silencio! El reloj da la hora. La señora cambia de calzado: comienza a desplazarse por la habitación en pantuflas; también el señor Charlie Chaplin se calza sus zapatillas; tranquilidad absoluta. La imagen de familia ideal llega a su apogeo: yo me pongo a leer o a estudiar, Margot también, al igual que papá y mamá. Papá -con Dickens y el diccionario en el regazo, naturalmente- está sentado en el borde de la cama hundida y crujiente, que ni siquiera cuenta con colchones como Dios manda. Dos colchonetas superpuestas también sirven. «No me hacen falta, me arreglo perfectamente sin ellas.» Una vez sumido en la lectura se olvida de todo, sonríe de tanto en tanto, trata por todos los medios de hacerle leer algún cuento a mamá, que le contesta; -¡Ahora no tengo tiempo! Por un momento pone cara de desencanto, pero luego sigue leyendo. Poco después, cuando otra vez encuentra algo divertido, vuelve a intentarlo: -¡Ma, no puedes dejar de leer esto! Mamá está sentada en la cama plegable, leyendo, cosiendo, haciendo punto o estudiando, según lo que toque en ese momento. De repente se le ocurre algo, y no tarda en decir: -Ana, ¿te acuerdas...? Margot, apunta esto... Al rato vuelve la tranquilidad. Margot cierra su libro de un golpe, papá frunce el ceño y se le forma un arco muy gracioso, reaparece la «arruga de la lectura» y ya está otra vez sumido en el libro, mamá empieza a charlar con Margot, la curiosidad me hace escucharlas. Envolvemos a Pim en el asunto y... ¡Las nueve! ¡A desayunar!