Domingo, 2 de Mayo de 1943

Querida Kitty:

A veces me pongo a reflexionar sobre la vida que llevamos aquí, y entonces por lo general llego a la conclusión de que, en compa­ración con otros judíos que no están escondidos, vivimos como en un paraíso. De todos modos, algún día, cuando todo haya vuelto a la normalidad, me extrañaré de cómo nosotros, que en casa éramos tan pulcros y ordenados, hayamos venido tan a me­nos, por así decirlo. Venido a menos por lo que se refiere a nues­tro modo de vida. Desde que llegamos aquí, por ejemplo, tenemos la mesa cubierta con un hule que, como lo usamos tanto, por lo general no está demasiado limpio. A veces trato de adecentarlo un poco, pero con un trapo que es puro agujero y que ya es de mu­cho antes de que nos instaláramos aquí; por mucho que frote, no consigo quitarle toda la suciedad. Los Van Daan llevan todo el in­vierno durmiendo sobre una franela que aquí no podemos lavar por el racionamiento del jabón en polvo, que además es de pésima calidad. Papá lleva unos pantalones deshilachados y tiene la cor­bata toda desgastada. El corsé de mamá hoy se ha roto de puro viejo, y ya no se puede arreglar, mientras que Margot anda con un sostén que es dos tallas más pequeño del que necesitaría. Mamá y Margot han compartido tres camisetas durante todo el invierno, y las mías son tan pequeñas que ya no me llegan ni al ombligo. Ya sé que son todas cosas de poca importancia, pero a veces me asusta pensar: si ahora usamos cosas gastadas, desde mis bragas hasta la brocha de afeitar de papá, ¿cómo tendremos que hacer para volver a pertenecer a nuestra clase social de antes de la guerra?

Tu Ana

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