Martes, 18 de Marzo de 1944

Mi querida Kitty:

Podría escribirte mucho más sobre política, pero hoy tengo an­tes muchas otras cosas que contarte. En primer lugar, mamá me ha prohibido que vaya arriba, porque según ella la señora Van Daan está celosa. En segundo lugar, Peter ha invitado a Margot para que también vaya arriba, no sé si por cortesía o si va en serio.
En tercer lugar, le he preguntado a papá si le parecía que debía hacer caso de esos celos y me ha dicho que no.
¿Qué hacer? Mamá está enfadada, no me deja ir arriba, quiere que vuelva a estudiar en la habitación con Dussel, quizá tam­bién sienta celos. Papá está de acuerdo con que Peter y yo pa­semos esas horas juntos y se alegra de que nos llevemos tan bien. Margot también quiere a Peter, pero según ella no es lo mismo hablar sobre determinados temas de a tres que de a dos.
Por otra parte, mamá cree que Peter está enamorado de mí; te confieso que me gustaría que lo estuviera, así estaríamos a la par y podríamos comunicarnos mucho mejor. Mamá también dice que Peter me mira mucho; es cierto que más de una vez nos hemos guiñado el ojo estando en la habitación, y que él me mira los hoyuelos de las mejillas. ¿Acaso debería yo hacer algo para evitarlo?
Estoy en una posición muy difícil. Mamá está en mi contra, y yo en la suya. Papá cierra los ojos ante la lucha silenciosa en­tre mamá y yo. Mamá está triste, ya que aún me quiere; yo no estoy triste para nada, ya que ella y yo hemos terminado.
¿Y Peter...? A Peter no lo quiero dejar. ¡Es tan bueno y lo admiro tanto! Entre nosotros puede que ocurra algo muy bo­nito, pero ¿por qué tienen que estar metiendo los viejos sus na­rices? Por suerte estoy acostumbrada a ocultar lo que llevo dentro, por lo que no me resulta nada difícil no demostrar lo mucho que le quiero. ¿Dirá él algo alguna vez? ¿Sentiré alguna vez su mejilla, tal como sentí la de Petel en sueños? ¡Ay, Peter y Petel, sois el mismo! Ellos no nos comprenden, nunca com­prenderán que nos conformamos con estar sentados Juntos sin hablar. No comprenden lo que nos atrae tanto mutuamente. ¿Cuándo superaremos todas estas dificultades? Y sin embargo está bien superarlas, así es más bonito el final. Cuando él está recostado con la cabeza en mis brazos y los ojos cerrados, es aún un niño. Cuando juega con Mouschi o habla de él, está lleno de amor. Cuando carga patatas o alguna otra cosa pesada, está lleno de fuerza. Cuando se pone a mirar los disparos o los ladrones en la oscuridad, está lleno de valor, y cuando hace las cosas con torpeza y falto de habilidad, está lleno de ternura. Me gusta mucho más que él me explique alguna cosa, y que no le tenga que enseñar algo yo. ¡Cuánto me gustaría que fuera superior a mí en casi todo!
¡Qué me importan a mí todas las madres! ¡Ay, cuándo me dirá lo que me tiene que decir!
Papá siempre dice que soy vanidosa, pero no es cierto: sólo soy coqueta. No me han dicho muchas veces que soy guapa; sólo C. N. me dijo que le gustaba mi manera de reírme. Ayer Peter me hizo un cumplido sincero y, por gusto, te citaré más o menos nuestra conversación.
Peter me decía a menudo «¡Sonríe!», lo que me llamaba la aten­ción. Entonces, ayer le pregunté:
-¿Por qué siempre quieres que sonría?
-Porque me gusta. Es que se te forman hoyuelos en las meji­llas. ¿De qué te saldrán?
-Son de nacimiento. También tengo uno en la barbilla. Son los únicos elementos de belleza que poseo.
-¡Qué va, eso no es verdad!
-Sí que lo es. Ya sé que no soy una chica guapa; nunca lo he sido y no lo seré nunca.
-Pues a mí no me parece que sea así. Yo creo que eres guapa. -No es verdad.
-Créetelo, te lo digo yo.
Yo, naturalmente, le dije lo mismo de él.

Tu Ana M. Frank

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