Jueves, 16 de Marzo de 1944 (1)

Querida Kitty:¡Pfff...! ¡Al fin! He venido a descansar después de oír tantas historias tristes sobre los de la oficina. Lo único que andan di­ciendo es: «Si pasa esto o aquello, nos veremos en dificultades, y si también se enferma aquella, estaremos solos en el mundo, que si esto, que si aquello...»En fin, el resto ya puedes imaginártelo; al menos supongo que conoces a los de la Casa de atrás lo bastante como para adivinar sus conversaciones.El motivo de tanto «que si esto, que si aquello» es que al se­ñor Kugler le ha llegado una citación para ir seis días a cavar, que Bep está más que acatarrada y probablemente se tendrá que que­dar en su casa mañana, que a Miep todavía no se le ha pasado la gripe y que Kleiman ha tenido una hemorragia estomacal con pérdida del conocimiento. ¡Una verdadera lista de tragedias para nosotros!Lo primero que tiene que hacer Kugler según nosotros es consultar a un médico de confianza, pedir que le dé un certifi­cado y presentarlo en el ayuntamiento de Hilversum. A la gente del almacén le han dado un día de asueto mañana, así que Bep estará sola en la oficina. Si (¡otro «si»!) Bep se llegara a quedar en su casa, la puerta de entrada al edificio permanecerá cerrada, y nosotros deberemos guardar absoluto silencio, para que no nos oiga Keg. Jan vendrá al mediodía a visitar a los pobres desampa­rados durante media hora, haciendo las veces de cuidador de par­que zoológico, como si dijéramos.Hoy, por primera vez después de mucho tiempo, Jan nos ha estado contando algunas cosas del gran mundo exterior. Ten­drías que habernos visto a los ocho sentados en corro a su alre­dedor, parecía «Los cuentos de la abuelita».Jan habló y habló ante un público ávido, en primer lugar sobre la comida, por supuesto. La señora de Pf., una conocida de Miep, cocina para él. Anteayer le hizo zanahorias con guisantes, ayer se tuvo que comer los restos de anteayer, hoy le, hace alu­bias pintas, y mañana un guiso con las zanahorias que hayan so­brado.Le preguntamos por el médico de Miep.-¿Médico? -preguntó Jan-. ¿Qué queréis con él? Esta ma­ñana le llamé por teléfono, me atendió una de esas asistentas de la consulta, le pedí una receta para la gripe y me contestó que para las recetas hay que pasarse de ocho a nueve de la mañana. Si tienes una gripe muy fuerte, puedes pedir que se ponga al telé­fono el propio médico, y te dice: «Saque la lengua, diga "aaa". Ya veo, tiene la garganta irritada. Le daré una receta, para que se pase por la farmacia. ¡Buenos días!» Y sanseacabó. Atendiendo sólo por teléfono, ¡así cualquiera tiene una consulta! Pero no le hagamos reproches a los médicos, que al fin y al cabo también ellos sólo tienen dos manos, y en los tiempos que corren los pacientes abundan y los médicos escasean.De todos modos, a todos nos hizo mucha gracia cuando Jan reprodujo la conversación telefónica. Me imagino cómo será la consulta de un médico hoy día. Ya no desprecian a los enfer­mos del seguro, sino a los que no padecen nada, y piensan: «¿Y usted qué es lo que viene a hacer aquí? ¡A la cola, que primero se atiende a los enfermos de verdad!»

Tu Ana

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