Domingo, 20 de Febrero de 1944.

Querida Kitty:

Lo que otra gente hace durante la semana, en la Casa de atrás se hace los domingos. Cuando los demás se ponen sus mejores ropas y salen a pasear al sol, nosotros estamos aquí fregando, barriendo y haciendo la colada.Las ocho de la mañana: Sin importarle los que aún quieren dormir, Dussel se levanta. Va al cuarto de baño, luego baja un piso, vuelve a subir y a ello sigue un encierro en el cuarto de baño para una sesión de aseo personal de una hora de duración.Las nueve y media: Se encienden las estufas, se quitan los paneles de oscurecimiento y Van Daan va al cuarto de baño. Uno de los suplicios de los domingos por la mañana es que desde la cama justo me toca mirarle la espalda a Dussel mientras reza. A todos les asombrará que diga que Dussel rezando es un espectáculo horrible. No es que se ponga a llorar o a hacerse el sentimental, nada de eso, pero tiene la costumbre de balancearse sobre los talones y las puntas de los pies durante nada menos que un cuarto de hora. De los talones a las puntas y de las puntas a los talones, sin parar, y si no cierro los ojos, por poco me entra mareo.Las diez y cuarto: Se oye silbar a Van Daan: el cuarto de baño está libre. En nuestra familia, las primeras caras somnolientas se yerguen de las almohadas. Luego todo adquiere un ritmo acelerado. Margot y yo nos turnamos para ayudar abajo en la colada. Como allí hace bastante frío, no vienen nada mal los pantalones largos y un pañuelo para la cabeza. Entretanto, papá usa el cuarto de baño. A las once va Margot (o yo), y después está todo el mundo limpito.Las once y media: Desayuno. Mejor no extenderme sobre el particular, porque la comida ya es tema de conversación continua, sin necesidad de que ponga yo mi granito de arena.Las doce y cuarto: Todo el mundo se dispersa. Papá, con su mono puesto, se hinca de rodillas en el suelo y se pone a cepillar la alfombra con tanta fuerza que la habitación se transforma en una gran nube de polvo. El señor Dussel hace las camas (mal, por supuesto), silbando siempre el mismo concierto para violín de Beethoven. En el desván se oyen los pasos de mamá, que cuelga la ropa. El señor Van Daan se pone el sombrero y desaparece hacia las regiones inferiores, por lo general seguido por Peter y Mouschi; la señora se pone un largo delantal, una chaqueta negra de punto y unos chanclos, se ata una gruesa bufanda de lana roja a la cabeza, coge un fardo de ropa sucia bajo el brazo y, tras hacer una inclinación muy estudiada de lavandera con la cabeza, se. va a hacer la colada. Margot y yo fregamos los platos y ordenamos un poco la habitación.

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